Sinceramiento Pedagógico. Prof. Daniel HERRERA
Cuando uno escucha planteamientos sobre la educación, los
docentes y las prácticas escolares, siempre intenta contextualizar esos
posicionamientos y comprenderlos como productos de una política de
significación. Entonces, no es casual que desde algún Ministerio o algún
funcionario se intente establecer, según Casullo una “discursividad
legitimadora” que ponga en crisis los relatos de los últimos años. Para muchos
de nosotros y nosotras es la restauración de la crisis de la razón, una
verdadera bofetada al impulso emancipatorio, al proceso social e histórico que
aceptaba las diferencias, que promovía la inclusión y la universalización de la
escolaridad, que plantea a la educación como un derecho social y al sujeto
pedagógico como generador de significados que construye y se transforma en la
producción social del conocimiento.
¿Qué nos pasa por
nuestro sistema de ideas cuando se instala el consumismo, el individualismo y
la inmediatez por sobre el “buen vivir colectivo”?. Las políticas económicas de
austeridad, ajustes estructurales, privatizaciones y recortes de derechos,
vienen acompañadas de un conjunto de conceptos y políticas educativas que
intentan la deslegitimación no sólo lingüística, sino de las acciones y
alcances pedagógicos de los últimos años. Así, nos hablan de la finalización de
la “pedagogía de la compasión”, de la necesidad de instaurar una “pedagogía
meritocrática” donde se pierde de vista, como sostiene Adriana Puiggrós, que… “el
que gana la carrera es sólo uno” donde “la
evaluación sustituye a la enseñanza (…) lo que vale es medir bien, no saber”. Desde la provincia de Mendoza, nos anuncian un
sistema de tutorías para que los y las estudiantes con dificultades de
integración se queden en sus casas y asistan con sus tareas una o dos veces por
semana a la institución escolar para el seguimiento y orientación con sus
docentes tutores.
¿Qué nos pasa ante semejantes afirmaciones?... Al compartir
por Facebook u otras redes informáticas artículos con estas declaraciones de
principios, nos conmueve nuestra subjetividad, y lo primero que surge es el
insulto y la bronca. Pero luego, nos vemos obligados a reflexionar sobre la
profundidad de las concepciones, de sus portadores y de la aceptación de parte
de la sociedad. Lo primero que se me ocurre es plantear la “pedagogía de la
derecha”, pero no, creo que es más profundo, son concepciones que comparten
algunos docentes y parte de las comunidades educativas, que aunque se
consideran “progresistas” son profundamente conservadores y autoritarios en sus
prácticas y no aceptan la enseñanza democrática, plantean críticas elementales
y destrozan toda ilusión de continuidad de experiencias y perspectivas de una
sociedad cada vez más justa y más igualitaria, que genere posibilidades y
oportunidades educativas. Así, nos encontramos con un sinceramiento pedagógico
para los que sostienen que el relato y las prácticas democráticas sólo tienen
alcances populistas y demagógicos. Vivimos momentos del resurgimiento de un
discurso autoritario y meritocrático, para algunos, como sostiene Follari… “el
Estado de Bienestar ha desaparecido como posibilidad, dando lugar a una jungla
individualista, y existe el peligro constante de una tecnocratización de lo
político que convierta a su ámbito en
una maquinaria anónima y sin capacidad alguna de reconocimiento de lo
axiológico”. Para muchos otros y otras, no es factible imaginar una práctica
educativa que no se sostenga en una comunidad concreta, donde se miden las
consecuencias de una acción sostenida en una racionalidad sustantiva con
exigencias éticas, políticas e igualitarias.
¿Pero de donde
provienen esas concepciones del sentido práctico?¿Por qué promover la eficacia en
educación?
En “La condición
posmoderna” Jean Francois Lyotard plantea los principios y lineamientos que se
oponen al “humanismo emancipatorio”. Recordamos sólo algunas de sus
prescripciones, para hacer conscientes algunas ideas que muchos sostienen de manera
irreflexiva, y que intentan potenciar como una crisis de legitimidad de un
Estado presente y de una práctica pedagógica democrática.
Para Lyotard “el
Estado empezará a aparecer como un factor de opacidad y de ruido para una
ideología de la transparencia comunicacional, la cual va a la par con la
comercialización de los saberes (…) el saber es y será producido para ser
vendido, y es y será consumido para ser valorado en una nueva producción: en
los dos casos, para ser cambiado. Deja de ser en sí mismo su propio fin, pierde
su valor de uso (…) la deslegitimación y el dominio de la performatividad son
el toque de agonía de la era del Profesor: éste no es más competente que las
redes de memorias para transmitir el saber establecido”. El significado de performatividad
es similar al de “eficacia”, e indicador cuantitativo de productividad más
actividad, “performance” (Filosofía de la Educación – FCE – UNCo).
Queda claro que para
algunos el conocimiento y “el saber” son mercancías que se pueden adquirir en
el “mercado”, las oportunidades educativas serán de aquellos que tengan los
méritos y los logros individuales según exámenes estandarizados. Así, la
pedagogía se convierte en un recetario tecnocrático de aplicación universal y
homogénea. Para muchos otros y otras,
como sostiene Pablo Imen, se trata de valorar y recrear la “Pedagogía(s)
Emancipadora(s)”, imbricar el rescate histórico, la sistematización del
presente, la conceptualización de las prácticas (pasadas y actuales) con un
debate y una acción orientada al futuro, que no está escrito y que será el
resultado de una construcción histórica y social colectiva.
El sinceramiento
pedagógico es un proceso complejo y profundo de nuestra subjetividad, promueve
preguntas, observaciones y negaciones en realidades sociales determinadas… las preguntas necesarias y contextualizadas…
¿Para qué, por qué y para quienes educamos?... En todo este berenjenal las
respuestas no pueden ser desde una visión artificial o momentánea, las
respuestas tienen que ser desde lo profundo de nuestras convicciones sostenidas
por verdaderas acciones éticas puestas de manifiesto en cada acto pedagógico,
dada su dimensión social y cultural.