lunes, 30 de mayo de 2016

SINCERAMIENTO PEDAGÓGICO

Sinceramiento Pedagógico.                                       Prof. Daniel HERRERA

     Cuando uno escucha planteamientos sobre la educación, los docentes y las prácticas escolares, siempre intenta contextualizar esos posicionamientos y comprenderlos como productos de una política de significación. Entonces, no es casual que desde algún Ministerio o algún funcionario se intente establecer, según Casullo una “discursividad legitimadora” que ponga en crisis los relatos de los últimos años. Para muchos de nosotros y nosotras es la restauración de la crisis de la razón, una verdadera bofetada al impulso emancipatorio, al proceso social e histórico que aceptaba las diferencias, que promovía la inclusión y la universalización de la escolaridad, que plantea a la educación como un derecho social y al sujeto pedagógico como generador de significados que construye y se transforma en la producción social del conocimiento.
   ¿Qué nos pasa por nuestro sistema de ideas cuando se instala el consumismo, el individualismo y la inmediatez por sobre el “buen vivir colectivo”?. Las políticas económicas de austeridad, ajustes estructurales, privatizaciones y recortes de derechos, vienen acompañadas de un conjunto de conceptos y políticas educativas que intentan la deslegitimación no sólo lingüística, sino de las acciones y alcances pedagógicos de los últimos años. Así, nos hablan de la finalización de la “pedagogía de la compasión”, de la necesidad de instaurar una “pedagogía meritocrática” donde se pierde de vista, como sostiene Adriana Puiggrós, que… “el que gana la carrera es sólo uno”  donde “la evaluación sustituye a la enseñanza (…) lo que vale es medir bien, no saber”.  Desde la provincia de Mendoza, nos anuncian un sistema de tutorías para que los y las estudiantes con dificultades de integración se queden en sus casas y asistan con sus tareas una o dos veces por semana a la institución escolar para el seguimiento y orientación con sus docentes tutores.
¿Qué nos pasa ante semejantes afirmaciones?... Al compartir por Facebook u otras redes informáticas artículos con estas declaraciones de principios, nos conmueve nuestra subjetividad, y lo primero que surge es el insulto y la bronca. Pero luego, nos vemos obligados a reflexionar sobre la profundidad de las concepciones, de sus portadores y de la aceptación de parte de la sociedad. Lo primero que se me ocurre es plantear la “pedagogía de la derecha”, pero no, creo que es más profundo, son concepciones que comparten algunos docentes y parte de las comunidades educativas, que aunque se consideran “progresistas” son profundamente conservadores y autoritarios en sus prácticas y no aceptan la enseñanza democrática, plantean críticas elementales y destrozan toda ilusión de continuidad de experiencias y perspectivas de una sociedad cada vez más justa y más igualitaria, que genere posibilidades y oportunidades educativas. Así, nos encontramos con un sinceramiento pedagógico para los que sostienen que el relato y las prácticas democráticas sólo tienen alcances populistas y demagógicos. Vivimos momentos del resurgimiento de un discurso autoritario y meritocrático, para algunos, como sostiene Follari… “el Estado de Bienestar ha desaparecido como posibilidad, dando lugar a una jungla individualista, y existe el peligro constante de una tecnocratización de lo político que convierta  a su ámbito en una maquinaria anónima y sin capacidad alguna de reconocimiento de lo axiológico”. Para muchos otros y otras, no es factible imaginar una práctica educativa que no se sostenga en una comunidad concreta, donde se miden las consecuencias de una acción sostenida en una racionalidad sustantiva con exigencias éticas, políticas e igualitarias.  
    ¿Pero de donde provienen esas concepciones del sentido práctico?¿Por qué promover la eficacia en educación?
  En “La condición posmoderna” Jean Francois Lyotard plantea los principios y lineamientos que se oponen al “humanismo emancipatorio”. Recordamos sólo algunas de sus prescripciones, para hacer conscientes algunas ideas que muchos sostienen de manera irreflexiva, y que intentan potenciar como una crisis de legitimidad de un Estado presente y de una práctica pedagógica democrática.
   Para Lyotard “el Estado empezará a aparecer como un factor de opacidad y de ruido para una ideología de la transparencia comunicacional, la cual va a la par con la comercialización de los saberes (…) el saber es y será producido para ser vendido, y es y será consumido para ser valorado en una nueva producción: en los dos casos, para ser cambiado. Deja de ser en sí mismo su propio fin, pierde su valor de uso (…) la deslegitimación y el dominio de la performatividad son el toque de agonía de la era del Profesor: éste no es más competente que las redes de memorias para transmitir el saber establecido”. El significado de performatividad es similar al de “eficacia”, e indicador cuantitativo de productividad más actividad, “performance” (Filosofía de la Educación – FCE – UNCo).
   Queda claro que para algunos el conocimiento y “el saber” son mercancías que se pueden adquirir en el “mercado”, las oportunidades educativas serán de aquellos que tengan los méritos y los logros individuales según exámenes estandarizados. Así, la pedagogía se convierte en un recetario tecnocrático de aplicación universal y homogénea.  Para muchos otros y otras, como sostiene Pablo Imen, se trata de valorar y recrear la “Pedagogía(s) Emancipadora(s)”, imbricar el rescate histórico, la sistematización del presente, la conceptualización de las prácticas (pasadas y actuales) con un debate y una acción orientada al futuro, que no está escrito y que será el resultado de una construcción histórica y social colectiva.
   El sinceramiento pedagógico es un proceso complejo y profundo de nuestra subjetividad, promueve preguntas, observaciones y negaciones en realidades sociales determinadas…  las preguntas necesarias y contextualizadas… ¿Para qué, por qué y para quienes educamos?... En todo este berenjenal las respuestas no pueden ser desde una visión artificial o momentánea, las respuestas tienen que ser desde lo profundo de nuestras convicciones sostenidas por verdaderas acciones éticas puestas de manifiesto en cada acto pedagógico, dada su dimensión social y cultural.